Por: Hna. Adriana Calzada
Para algunos la invitación fue muy clara, para otros se fue gestando con el tiempo, hay quienes la descubrieron por sorpresa. Así fue como poco a poco se fue conformando el grupo para la Misión Internacional de la UDEM en Chimbote, Perú durante este verano.
La experiencia hasta ahora, casi dos semanas de cuatro, ha sido grandiosa. Hemos tenido la oportunidad de acompañar desde diferentes ministerios a este pueblo que nos ha acogido con los brazos abiertos y con la mejor disposición para compartir con nosotros. Desde el proceso de formación ha sido un reto el comprender que la misión consiste más en estar y ser con la gente que en el hacer y transformar, entendiendo que la transformación se hace con las dos partes y tras un proceso.
En el momento de compartir nuestra experiencia de Dios en este tiempo hemos podido constatar que su acción en nosotros es palpable, creativa y muy particular para cada uno.
En el encuentro con quienes están en su último momento de vida en el Hospicio, comprendiendo que en la situación de dolor e incertidumbre que viven, la alegría que transmiten es fruto de una vida de recuerdos y experiencias acumuladas.
Gran contraste con lo compartido con los pequeños que apenas vienen en camino y hasta sus primeros años de vida, acompañando al programa Sembrando Infancia en la lucha por una vida más sana enfocándose en la alimentación, clave en esta edad para el desarrollo.
En ambos casos es clara la condición de vulnerabilidad, unos saben que pronto pasará ésta para ir al encuentro definitivo de Amor, otros apenas comienzan a comprender lo que sucede a su alrededor y no pueden imaginar todo lo que les viene por delante. En ambos recibimos sonrisas.
Personalmente me encanta escuchar a las y los misioneros expresando cómo van descubriendo nuevos dones y habilidades, nuevos temores y limitaciones también. El aprendizaje mayor es el seguir descubriendo que basta lo esencial para sentirse pleno, que la llamada de Dios es a amar y servir para ser libres, que el camino en ocasiones asusta.
En todo caso, la llamada es siempre a ir hacia la otra orilla, como nos recordaba Jesús este último domingo. Chimbote ha sido, para cada uno de nosotros, un profundo viaje hacia la otra orilla.
“Para mí es muy importante esta experiencia porque permite que más personas conozcan y se enamoren de este mágico país, tan significativo y amado por mí.”