Misionera sin plata

Por Ana Gabriela Ortiz Escalante
Alumna EXAUDEM; Prepa USP

Estaba consciente de que la aventura estaba comenzando y el camino era parte de este proceso. ¡Mira que recorrer la carretera durante casi siete horas y a plena luz del día, no era más que una invitación a reflexionar y cuestionarme sobre lo que estaba haciendo!, mientras me dejaba maravillar por la belleza de los paisajes que me acompañaban.

Conforme pasaba el tiempo y se acortaba el trayecto, las dudas eran mucho más fuertes: ¿en dónde viviremos?, ¿tendremos lo necesario?, ¿cómo será la comunidad?, ¿cuáles serán los aspectos culturales más relevantes?, ¿realmente podré ayudar en algo?, ¿en qué momento se me ocurrió decir que sí?, ¿estaré realmente preparada?

Claro, no todo eran dudas, también existía esta parte de emoción, alegría, nervios y un calor recorriendo mi corazón (creo que debe ser eso a lo que la gente le llama pasión) asomándose y haciéndome sentir que había tomado la decisión correcta al abrir una puerta en la que seguramente experimentaría mi vocación, felicidad y reforzaría mi propósito de vida.

Llegamos a la comunidad y la semana transcurrió de manera tranquila. Empezamos a recorrer las calles, conocer a su gente, identificar necesidades y trabajar en estructurar propuestas de colaboración para poder co-crear con los líderes una realidad distinta y de impacto positivo en su círculo cercano de influencia.

Annie charla
Propuestas de colaboración

A mi parecer, nada del otro mundo o que lograra sorprenderme del todo, hasta que, llegado el viernes con nuestra primera intervención formal en el Instituto Educativo Pedro Pablo Atusparia, en el distrito de Nuevo Chimbote, Perú, escucho la siguiente pregunta asomándose de la curiosidad de una pequeñita: “Ah, ustedes son misioneros, ¿entonces no tienen plata, verdad?” Por un momento no sabía si reírme, si inundarme de ternura por el comentario de la pequeña, pero en realidad, se convirtió en una pregunta de reflexión mucho más fuerte y que resolví hasta el final del día.

Ciertamente, la pequeña tenía razón, con esfuerzo y ayuda de mucha gente logré reunir los recursos para solventar el viaje, renuncié a mi trabajo dispuesta a vivir la experiencia de una misión internacional y sí, soy una misionera sin plata. Sin embargo, este mismo viernes he recolectado una gran cantidad de riquezas; tal vez no de plata, como le llaman aquí al dinero, sino de esas que te llenan el corazón y te hacen dar gracias por la oportunidad de ser un sembrador de esperanza.

Mientras dirigíamos los talleres me fui llenando de sonrisas de los jóvenes, miradas transformadas, corazones confortados, expresiones en las que sabes que alguien acaba de hacer klik y está en ese proceso de conciencia absoluta en el que seguramente pronto podrá hacer un cambio en su vida. Llegada la tarde, trabajamos con un grupo de maestros bastante resistentes a encontrar una nueva forma de generar aprendizaje en sus alumnos, y conforme avanzaban los minutos, pude ver poco a poco cómo iban rompiendo esa barrera de negación y se atrevían a salir de su zona de confort y romper sus propios paradigmas sobre la educación.

Annie dinámica
Romper paradigmas

Finalmente, llegué a la escuela sin nada y salí con las manos llenas de alegría, entusiasmo, satisfacción, seguridad, respuestas, motivación y plenitud; sobretodo, con la convicción de que ser una misionera sin plata es de las experiencias más valiosas que alguien puede vivir, que las riquezas no son solo materiales, sino que hay otras más poderosas llamadas servicio, vocación, transformación, trascendencia y pasión. Si esta es tan solo la primera semana, no puedo imaginar cuántas riquezas podré acumular cuando terminemos nuestro mes de misión.

campuslifeudem

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